17 de Enero 2023 por Daniel Jorge

Pundits en el Tíbet

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En invierno de 1865, mientras una caravana pesadamente cargada se abría paso a través de los valles nevados y los pasos del sur del Tíbet hacia Lhasa, se podía observar a un solitario peregrino budista, con el rosario en la mano, caminando con dificultad junto a los esforzados yaks.

El líder de la caravana, que traía mercancías de Ladakh a Lhasa, había accedido a permitir que este bondadoso peregrino los acompañara en la etapa final de tres meses de su viaje a la capital tibetana. Lo que no sabían, y nunca descubrieron, era que no se trataba de un santo budista.

Si le hubieran quitado la tapa a su rueda de oraciones mientras dormía, habrían descubierto, en lugar del habitual pergamino con oraciones impresas en bloque, diminutas figuras dibujadas a lápiz y misteriosas anotaciones en urdu.

Este viajero no solo no era budista, sino que tampoco era un hombre santo. Era hindú y, lo que es peor, era un espía británico. Si se hubiera descubierto su identidad, sin duda lo habrían matado en el acto. Pero, ¿quién era este hombre y por qué estaba dispuesto a correr riesgos tan terribles y enfrentarse a penurias espantosas por sus amos británicos?

A principios del siglo XIX, los mapas occidentales representaban el Tíbet como un gran espacio en blanco; pues bien poco se sabía de la geografía de la zona. El imperio Británico, enfangado en la lucha con Rusia por la supremacía sobre Asia central, necesitaba conocer dicha región para combatir una posible invasión a la India desde el norte.

Así que no les quedó más remedio a los británicos que enviar cartógrafos a sondear dicha región. Pero esto no era una tarea trivial. Algunos viajeros —como el celebrado Thomas Moorcroft— ya habían sido asesinados en regiones próximas al Tíbet. En 1862, el capitán Thomas Montgomerie, oficial asignado al departamento de topografía de la India, tuvo una brillante idea.

capitan Montgomerie

Estando en Ladakh, observó que los nativos de la India cruzaban libremente entre Yarkanda (población en la actual Xinjiang) y Ladakh. Entonces pensó que posiblemente se podría explorar la región aprovechándose de esa oportunidad, solo hacía falta encontrar a un nombre ingenioso que no tuviera problema en transportar pequeños instrumentos entre su equipaje. Todo con el fin de servir los nobles propósitos de incrementar el conocimiento geográfico.

Los superiores de Montgomerie accedieron a probar su idea, confiados en el hecho que si se capturase a su explorador, podrían renegar de este por no ser un súbdito británico.

El primer recluta de Montgomerie fue Mohamed Hameed, un joven musulmán ya entrenado en simples tareas cartográficas. En 1863, partió de Ladakh con destino a Yarkanda, cruzando varios pasos de la cadena del Karakoram durante el trayecto. Residió en Yarkanda durante seis meses, donde realizó trabajos de espionaje haciendo uso de sus instrumentos secretos. Pero le llegaron noticias de que los chinos sospechaban de él, y después de preparar precipitadamente su viaje de regreso a Ladakh, nunca más se supo de él. De algún modo las notas de Mohamed Hameed sobrevivieron. Estas revelaron valiosa información topográfica y otros tipos de inteligencia como los movimientos de tropas rusas en esa parte del imperio Chino. Esto fue suficiente para autorizar una segunda expedición de este tipo; pero está vez sería en el Tíbet.

Para dicha tarea Montgomerie reclutó a dos montañeses de nacionalidad británica que hablaban tibetano. Se trataba de Nain Singh, de treinta y tres años de edad, director de un colegio; y Mani Singh, un primo de este. Ambos eran experimentados montañeros, y poseían amplios conocimientos tras participar en una expedición alemana varios años antes.

Los dos reclutas recibieron un intensivo entrenamiento cartográfico y de reconocimiento durante dos años en Dehradun. Además de dicha formación cartográfica, Montgomerie les enseñó técnicas ingeniosas sobre cómo hacer mediciones en territorio hostil. Se les mostró cómo actuar y emplear disfraces; pues su supervivencia dependía mayormente en lo convincente que pudieran ser al interpretar el papel de peregrino budista o comerciante del Himalaya. Su disfraz tendría que soportar la prueba de meses de viaje a pie, mientras compartían vivienda y caminos con auténticos peregrinos y mercaderes.

Finalmente, tuvieron que aprender a olvidar sus propios nombres y adoptar un criptónimo. De este modo, Nain Singh se convirtió en «Número Uno» o el «pundit» (maestro, en su idioma natal). Su primo fue conocido como «Pundit Número Dos» o simplemente el «segundo pundit». Y así, la palabra pundit, que denota el cierto nivel de desarrollo intelectual conseguido por un individuo, se convirtió en el nombre genérico por el cual los siguientes reclutas serían conocidos.

Nain Singh participaría en tres expediciones patrocinadas por los británicos entre 1865 y 1875. En su primera expedición consiguió establecerse en la mítica Lhasa, y vivió allí por un tiempo trabajando como profesor de contabilidad. Así mismo, fue el primer no tibetano en visitar muchas áreas legendarias del Tíbet, como por ejemplo las minas de oro de Thok Jalung.

En 1877, como reconocimiento a sus servicios, la Royal Geographic Society le otorgó su medalla de oro por haber contribuido a mejorar el mapa de Asia y establecer las coordenadas geográficas de Lhasa.

Créditos

Foto de cabecera: Los porteadores indios de la expedición llevan el equipo necesario para la tarea hercúlea de cartografiar la India. Esta litografía del siglo XIX muestra un trípode, una cadena de medición y una vara niveladora que mide 10 pies (3 metros) de altura. Imagen © Royal Geographic Society

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