20 de Junio 2023 por Daniel Jorge
Origen de Ecos de Oriente
Un 20 de junio de 2022, emprendía este proyecto que decidí llamar Ecos de Oriente. Una especie de vía de escape personal donde intento difundir un tipo de literatura que me apasiona, pero que apenas encuentro en mi lengua materna, el español.
En este primer aniversario de Ecos de Oriente quería compartir mi trayectoria personal. ¿A qué me dedico? ¿Cómo surge la idea de editar libros de memorias casi olvidados?
Una afición
Desde pequeño me aficioné a la lectura. No de libros de narrativa, sino de enciclopedias o grandes colecciones. De algún modo me sentía inclinado por leer todo lo que tuviera que ver con la historia y las ciencias naturales. Quería absorber, con toda la ingenuidad de un niño, todo el conocimiento que albergaban esos volúmenes. También pasaron por mis manos una serie de libros de los cuales guardo un emotivo recuerdo. Variados títulos de Protagoniza la aventura, la saga de Pequeño zorro (escrita por Hans Radau) o Tres cazadores en Siberia caen en esa categoría.
Cuando echo la mirada atrás, me doy cuenta de que poco a poco empecé a gravitar alrededor de historias de aventuras en tierras lejanas.
Un cambio
Unos quince años más tarde, en 2009, pongo rumbo hacia Irlanda por motivos laborales (como tantos otros miles de españoles esparcidos por el mundo). Un par de años antes me había aficionado al ciclismo de montaña. Lo que más me atraía del deporte era la posibilidad de perderme dentro de bosques, solo, con una mochila y mi bicicleta. Con el tiempo, el ciclismo se convirtió en una pasión.
Una vez en la isla esmeralda, con pocos recursos económicos, decidí que la mejor forma de conocer mis alrededores inmediatos era sobre dos ruedas. Recibí de una amiga, como regalo de cumpleaños, varios mapas del servicio topográfico irlandés, el Ordnance Survey Ireland. Después de hacerme con una bicicleta de montaña muy básica, comencé a explorar mi entorno.
Mi colección de mapas. |
Las marcas que más me llamaban la atención eran las que indicaban las ubicaciones de sitios arqueológicos. Muchas de ellas con las palabras megalithic tomb o wedge tomb. En Irlanda sobreviven decenas de este tipo de tumbas, pertenecientes a la época del Neolítico (entre 4000 a. C. y 2000 a. C.).
Ubicación de una tumba neolítica (o dolmen). |
Durante mis primeros cuatro años aquí mi rutina no cambió mucho. Cada viernes me sentaba delante de mi escritorio, abría uno de mis mapas, buscaba un yacimiento por conocer, memorizaba la ruta a seguir (no usaba GPS) y me levantaba temprano un sábado o un domingo donde comenzaba mi modesta “exploración” ciclista.
Dolmen de Poulnabrone. Mayo 2011. |
En ese tiempo hice rutas que no he olvidado todavía, muchas me dejaron una feliz impresión, unas pocas me hicieron sentir miserable y cuestionarme por qué me torturaba a mí mismo. Se da el caso que a medida que conocía mejor mi entorno, cada nueva ruta requería viajes más largos en bici. Un día llegué a hacer 200 kilómetros, ida y vuelta, en ocho horas. Pero lo peor era cuando el clima no se ponía de mi parte. Hubo ocasiones donde tuve que hacer tres horas, bajo constante lluvia y viento en contra, que me provocaba entumecimientos en brazos y manos. Más de una ocasión pillé un resfriado que me dejaba fuera de combate por semanas. Por no contar algunos adelantamientos agresivos, que me hacen reflexionar cómo es que sigo con vida. Recuerdo especialmente un día, con una bizarra mezcla de resignación y orgullo, cuando sufrí en plena granizada los impactos de las pequeñas bolas de hielo que rebotaban en el cuadro de la bici y me alcanzaban la cara.
En la cima de una modesta colina. Invierno 2010. |
Un encuentro
La soledad del emigrante ofrecía muchas ventajas. Con bastante tiempo libre en mis manos, empecé a cultivar la afición a la lectura una vez más, principalmente títulos que en inglés llaman literalmente no-ficción, que creo los podría denominar aquí como ensayo.
Recuerdo un sábado lluvioso de 2012 en el que era misión imposible salir de ruta con la bici, así que me puse a buscar algún documental que ver en mi ordenador. Debí de haber sufrido algún ataque de nostalgia, pues me acordé de una serie documental que emitieron en La 2 de TVE allá por 2001, El laberinto del Tíbet. Una serie narrada por el inolvidable Rafael Taibo. Esta serie, de 6 capítulos en total, que explora la situación del Tíbet bajo control chino en el cambio de siglo, hace un repaso a su religión, costumbres, geografía, etc. En aquel momento, había adquirido de manera reciente un lector de libros electrónicos. La narración que el documental hace sobre exploradoras como Alexandra David-Néel me inspiró a buscar libros sobre el Tíbet en Open Library.
Así pues, introduje las siguientes palabras en el cuadro de texto: «adventures tibet». Y el primer resultado que obtuve, que es el mismo que se podría obtener hoy, fue un libro titulado Adventures in Tibet, escrito por un tal Sven Hedin. Yo no tenía ni idea quien era este señor, pero el título del libro parecía bastante claro, y atractivo. Así que me descargué un EPUB de Open Library, que yo mismo tuve que editar más tarde, puesto que las conversiones de las imágenes escaneadas son tan cuál.
Una obsesión
Mientras avanzaba con mi lectura de Adventures in Tibet, con cada capítulo, cada página; crecía en mí un entusiasmo desbordado. ¿Cómo no me había encontrado un libro así antes? Lo que me cautivaba en la narración de Hedin no era la prosa, bastante sencilla por cierto, sino el hecho de que todo lo que contaba estaba basado en hechos reales. El relato de superación de cada paso de montaña me tenía pegado al libro, su caravana pasaba por tantas penurias, que el morbo de leer un eventual fatal destino me mantenía con la luz encendida a altas horas de la noche. Esta lectura era mucho más entretenida que cualquier otro libro que hubiera pasado por mis manos treinta años atrás.
Además, empecé a sentir un sugestivo lazo emocional con Hedin. Cuando relata como, tras varios días de largas marchas bajo el granizo tibetano, preferiría cruzar el desierto de Taklamakán diez veces (donde casi muere) antes que volver a cruzar la región del Tíbet donde se encontraba, me parecía que yo sabía exactamente cuál era su sentimiento. En mi imaginación, las rutas ciclistas donde yo mismo me vi sufriendo bajo el granizo, cuestionando lo que estaba haciendo, era el mismo tipo de dilema que se planteaba Hedin.
Ese fue el libro que abrió las puertas de par en par al género de literatura de viajes para mí. A partir de ahí, comencé a buscar otros títulos o autores similares. Fue gracias a Google, cómo no, que buscando el nombre de Hedin di con otro autor, Peter Hopkirk. Hopkirk había escrito sobre el periodo histórico del Gran Juego, y también sobre los exploradores o cazafortunas que al abrigo de los intereses imperialistas buscaron hacerse un nombre en Asia central. Leí todo lo que cayó en mis manos sobre Hopkirk, y después me fui a las fuentes primarias: Nikolái Przhevalsky, Armin Vambery, Aurel Stein, Chokan Valikhanov, etc.
Aparte de lo ya mencionado, otro motivo que me hizo valorar este género fue la cantidad de conceptos que pude aprender en cuanto a geografía, historia o etnografía. El mejor ejemplo se trata de mi toma de conocimiento del zoroastrismo, tras leer a Sven Hedin. Cuenta en uno de sus libros, como los “adoradores del fuego” de la antigua Persia huyeron tras la invasión musulmana de su territorio, y un buen número de ellos acabaron residiendo en Calcuta, en la India. Este colectivo pasó a denominarse parsi (proveniente de la palabra farsi, endónimo de la lengua persa). Una mañana, un compañero de trabajo llegó a la oficina y dejó sobre el escritorio que compartíamos un montón de papeles. Encima de la pila, había una cuartilla que mostraba el título Avesta. Reconocí inmediatamente la palabra como uno de los textos sagrados del zoroastrismo. Así que le pregunté directamente a mi compañero si era parsi, a lo que respondió afirmativamente. Le sorprendió que yo tuviera tal conocimiento, y yo mismo me sorprendí de tal casualidad, pues no hacía mucho tiempo desde que había terminado el libro. Vispi y yo somos amigos desde entonces.
Fue así también como reconocí en la lectura de estos libros un valor de enriquecimiento personal. Es fácil pensar hoy en día que este tipo de información es superflua, ¿qué gana uno aprendiendo sobre religiones casi extintas? ¿Cómo me ayuda a pagar las facturas o conseguir mi siguiente trabajo? Este ejemplo que comparto aquí, muestra cómo a veces el valor de poder establecer una conexión verdadera con otro ser humano se encuentra en la ampliación de horizontes de uno mismo.
Un proyecto
Diez años más tarde, me encuentro ponderando qué hacer con mi carrera profesional (me he dedicado a la programación y gestión de proyectos TIC durante quince años), con un sentimiento de rechazo cada vez más grande a las prácticas de la industria.
No sé muy bien cómo, pero debe haber sido una mezcla de ego y crisis de mediana edad, que una cuestión sin resolver acaba germinando una mañana de diciembre de 2021. Siempre me pregunté cómo es que libros tales como Mi vida como explorador, con los que yo aprendí tanto y disfruté mucho, no habían sido traducidos nunca al español. Y así, una mañana resolví que historias como estas deberían ser preservadas para el futuro. Si yo había encontrado tanto significado y valor leyendo a Sven Hedin, seguro que alguien más, si no hoy día, a lo mejor el futuro, también podría disfrutar de su lectura.
Pues esa mañana de la que hablo, envié un correo electrónico a la Fundación Sven Hedin solicitando el permiso para realizar la traducción. Sinceramente, no creí que fueran a responder a nadie que no tuviera experiencia previa en la edición de libros, o directamente que no trabajase para una editorial. Aunque suene cursi, a veces en la vida, como escribe Paulo Coelho, el universo conspira para ayudarte a conseguir algo que deseas. Obtuve una respuesta afirmativa de la Fundación Sven Hedin y el resto es historia.
Un futuro
No he querido detenerme en la traducción de un único libro, pues he descubierto que este tipo de literatura me apasiona, y encuentro satisfacción personal en estas actividades. Así que mientras tenga la motivación y recursos económicos, quiero seguir trabajando en la publicación de este tipo de obras, con la esperanza de que, como si fuera un mensaje en una botella, algún lector dé con ellas en un futuro no muy lejano.
Aquí acaba la larga historia de la evolución personal que me llevó a crear Ecos de Oriente. Un año de vida es menos que una nota a pie de página en la historia, pero creo que poco a poco se puede construir algo que permita a muchas personas ser partícipes tanto activa como pasivamente. ¿A qué me refiero? Tengo planes para mejorar el blog. Me gustaría introducir la posibilidad de permitir entradas para comentarios e interactuar con otros internautas. Tampoco descarto explorar otras plataformas que me ayuden a abrir el blog a otros autores en el futuro. En definitiva, me gustaría que Ecos de Oriente pudiera crecer y atraer a personas con afinidades por la lectura de viajes, aventuras o filosofía relacionadas con Asia. De momento esto son sólo ideas, pero también de una simple idea surgió este proyecto, así que nunca descarto nada de antemano.
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