4 de Abril 2024 por Daniel Jorge
Kingdon-Ward y el gran terremoto de Assam en 1950
En medio de la verde extensión del valle superior de Lohit, enclavada en el abrazo del Himalaya oriental, se encuentra la región de Rima, un remanso de tranquilidad que quedó abruptamente destrozado por el llamado Terremoto de Assam de 1950. En el fatídico día del 15 de agosto de 1950, la tierra bajo Rima se convulsionó, desatando un torrente de destrucción que alteraría para siempre el paisaje y la vida de sus habitantes.
El seísmo, de una colosal de magnitud 8,6 en la escala de Richter, desencadenó una cascada de enormes corrimientos de tierra que arrasaron las laderas de las montañas. Vastas franjas de vegetación, que antes eran un vibrante tapiz de exuberante jungla, quedaron desnudas, dejando tras de sí un yermo paisaje lunar. El río Lohit, antes apacible, se desbordó, inundó el fondo del valle y se tragó pueblos enteros.
El botánico Francis Kingdon-Ward (1885-1958), testigo presencial de esta catástrofe, relató vívidamente las consecuencias inmediatas del terremoto en un artículo publicado en 1953. El estruendo ensordecedor de la sacudida de la tierra, el olor acre del azufre y la visión de los edificios derruidos y los árboles arrancados de cuajo pintaban una escena de devastación absoluta.
Excursión botánica
En enero de 1950, Kingdon-Ward y su esposa partieron de la Estación de Investigación del Té en Tocklai; lugar donde habían residido los dos años anteriores, recolectando especímenes de plantas para sus investigaciones botánicas. Se dirigieron en dirección noroeste a través del valle del Lohit con la intención de alcanzar las Colinas Mishmi. Esta era una zona muy poco explorada por aquel entonces, con gran potencial para descubrir nuevas especies de plantas.
No obstante, la zona alta del valle del Lohit no es ningún camino de rosas. Muchos ríos confluyen en el Lohit (Tidding, Am, Delei, Dav y Hali por nombrar algunos), y estos están rodeados por colinas que pueden alcanzar hasta los 4.500 metros de altitud. Las colinas actúan como receptoras de las lluvias monzónicas. Todas estas características explican por qué los distintos barrancos convergen, como si de un embudo se tratase, en el valle de Assam, tras millones de años de erosión.
El terremoto golpea
Cuenta Kingdon-Ward que el terremoto golpeó sin previo aviso a las ocho de la tarde del 15 de agosto de 1950. No hubo ningún tipo de temblor anterior. La duración total del seísmo fue de unos cinco o seis minutos. Según el botánico inglés, fue de larga duración y extrema violencia, con un movimiento vertical, como si la corteza de la tierra se estuviera hundiendo, pero con dificultades para moverse. La ilusión de que todo se precipitaba por un pozo inconmensurable se vio aumentada, por supuesto, por las rocas que caían de las laderas de las montañas a su alrededor con un estrépito espantoso.
En medio de la oscuridad, Kingdon-Ward yacía sobre el suelo justo delante de su tienda de campaña, mientras observaba la silueta de las colinas frente al cielo pálido de la noche. El ruido era aterrado y petrificante, y se prolongó durante mucho tiempo mientras laderas enteras, tachonadas de pinos, se deslizaban hacia el valle. Estos estruendos externos ahogaron rápidamente los retumbos internos en lo más profundo de la corteza. Pero los ruidos más extraños de todos se produjeron al final de la sacudida, cuando se produjeron cinco o seis explosiones consecutivas, todas exactamente iguales, que se sucedieron a intervalos de varios segundos. Estos estruendos apagados (que según Kingdon-Ward parecían proyectiles antiaéreos que estallaban en lo alto del cielo) parecían provenir del noroeste, es decir, justo del lugar donde los sismólogos habían situado el epicentro del terremoto, unos kilómetros más arriba del Rong Tho Chu. Se oyeron en la llanura de Assam, a 240 kilómetros de distancia, y en Myitkyina (norte de Birmania), a 320 kilómetros.
Sólo a la mañana siguiente pudo Kingdon-Ward darse cuenta del impacto que tuvo el terremoto en la orografía de la zona. A primera vista, se trataba principalmente de corrimientos de tierra, que continuaron durante meses por la inestabilidad de las laderas. Los flancos expuestos de las gargantas que hendían las cordilleras a ambos lados del Lohit fueron a menudo raspados en la primera sacudida, y continuaron vertiendo avalanchas de roca a intervalos casi regulares. La deslumbrante blancura de las cicatrices se debía a la naturaleza del granito y el gneis que componen estas montañas.
Colina partida en dos. F. Kingdon-Ward. |
El terremoto interrumpió de manera abrupta los planes que Kingdon-Ward tenía para su investigación botánica. Dada la devastación que sufrió la zona, ahora Kingdon-Ward había decidido regresar a su punto de partida, desplazándose primero a Walong, y así proseguir con su marcha. Sin embargo, la cantidad y alcance de los corrimientos de tierra, acompañado por las riadas y cambios de curso de los distintos caudales de agua en la comarca, hicieron del viaje toda una odisea.
Hacia el sur, el peligroso camino del precipicio frente al pueblo de Same había sido arrasado, aunque los hombres aún podían pasar. Pero el del sur de Kahao era intransitable, por lo que la única ruta hacia Walong era el camino principal de la orilla derecha, y éste dependía de un puente de cuerda. El puente de cuerda, sin embargo, había sido una baja temprana, y los intentos frustrados de conseguir una línea a través, obligó a Kingdon-Ward a detenerse en Rima. Pasaron tres semanas antes de que el río bajara lo suficiente como para permitir que se restableciera la comunicación con la orilla derecha, en el antiguo lugar de cruce. En este punto, el botánico inglés barajó varias posibilidades para continuar su camino. En teoría, había una gran variedad de senderos de montaña que partían de Rima, sin embargo, a los efectos indeseables del terremoto había que añadir las guerrillas comunistas que operaban en la zona aquellos años.
Sólo la ruta de Birmania estaba a salvo de los comunistas, y más tarde Kingdon-Ward supo que el camino por el río Nam Tamai había sido destruido por el terremoto, de modo que esa ruta quedaba descartada. Sin embargo, la libertad de movimiento por el sudeste asiático se estaba viendo rápidamente restringida por los cambios políticos, incluso más que por los de la corteza terrestre.
Estupa destruida por el terremoto. F. Kingdon-Ward. |
Regreso a Assam
El 1 de septiembre, una patrulla de fusileros proveniente de Walong alcanzó Rima, donde Kingdon-Ward seguía estacionado. Estos le informaron que se encontraban cerca de una de las gargantas del río Di Chu, cuando fueron sorprendidos por el terremoto, y que éste había destruido el camino de vuelta a Walong, por lo que se vieron obligados a dirigirse a Rima. Se habían quedado sin provisiones, y Kingdon-Ward pudo suministrarles algunas; a expensas de su propia situación, pues los lugareños ya no podían venderle arroz por mucho más tiempo. En este punto, el botánico inglés se vio en la disyuntiva de intentar conseguir más arroz de Walong o intentar desplazarse él mismo hasta allí. El 6 de septiembre, gracias a la bajada del nivel del río, los habitantes de la zona completaron la reparación del puente de cuerda que permitía cruzar el río Lohit con seguridad.
Kingdon-Ward y su grupo partieron el 7 de septiembre rumbo a Walong. En algún lugar del camino se encontraron con una partida de rescate de los fusileros de Assam. Estos traían consigo muy necesitadas provisiones, así como medicinas, que fueron bienvenidas por la esposa del británico. Además, los fusileros le entregaron una nota a Kingdon-Ward escrita por el representante político del Imperio británico en la comarca, la cual le solicitaba quedarse donde estaba; pues el trayecto que se disponía a hacer era muy peligroso debido a los constantes desprendimientos.
El botánico se encontraba ahora con un dilema. Con su esposa enferma, ya había pasado tres semanas en Rima, y las condiciones del camino no tenían visos de mejorar a corto plazo. Se debatió si acatarían la recomendación recibida por carta, o si la ignorarían y proseguirían adelante. Finalmente, Kingdon-Ward concluyó que las probabilidades de que el camino mejorase eran las mismas a que este no estuviera en buenas condiciones, así que decidió seguir adelante.
Tras cruzar sin dificultades el Sap Chu, Kingdon y su grupo continuó su camino sin mayores dificultades durante tres días. Su relato describe cientos de pinos medio cubiertos por el agua en ese punto y montañas de roca y arena surgidas por el cataclismo telúrico. Al final, el grupo conseguiría llegar a Walong como habían previsto, en dos días más. Kingdon-Ward esperaba establecerse allí por unos dos o tres meses, lo suficiente para permitir la recuperación de su convaleciente esposa, y recolectar semillas de plantas. Aunque esto último parecía una posibilidad remota, pues los caminos que se dirigían a las montañas habían sido afectados por el terremoto.
En los 2 meses de estancia en Walong, Kingdon-Ward intentó hasta tres veces encontrar un sendero que le permitiese alcanzar las montañas. En una ocasión subió hasta los 2.100 metros de altitud, pero no pudo continuar debido a un escarpado precipicio que le bloqueó el camino. Sería en octubre cuando unos cazadores le informaron sobre un camino que podría seguir hasta las alturas que perseguía. Kingdon-Ward contrató cuatro porteadores tibetanos y partió un 9 de octubre para llevar a cabo un trabajo de recolección breve.
El 16 de octubre, Kingdon y su grupo emprenderían la marcha una vez más, en dirección a Sadiya. Entretanto, les habían llegado informes acerca de lo peligroso en que se convertiría la ruta a seguir. Les llevó cuatro días de camino alcanzar la aldea de Changwinti, que incluyó dos complicadas escaladas oblicuas por un risco donde se había perdido la pista del camino. Según Kingdon-Ward, la pendiente en ese punto era de unos 60 grados, y caían desprendimientos de rocas constantemente. Salir de su prisión en las montañas se había tornado en una experiencia más difícil que soportar el duro terremoto.
Porteadores mishmis cruzando un arroyo. F. Kingdon-Ward. |
Kingdon-Ward y el grupo se mantuvo lo más cerca posible del sendero original, del que muchos tramos estaban intactos. Sólo al cruzar los grandes acantilados, algunos de 600 metros o más de ancho, fue necesario trazar una nueva ruta. Durante el mayor parte del camino tuvieron que enfrentarse a terreno fangoso debido a la gran cantidad de nieve que el terremoto arrojó montaña abajo. Supusieron que cuando alcanzasen la selva de frondosas hojas, debajo de Changwinti, habría menos fango; pues la espesura del bosque lo evitaría. Después de recorrer un camino tan difícil y desmoralizador, el grupo arribó a la aldea de Minzong, gracias en parte a que allí los puentes de cuerda seguían en pie.
La esposa de Kingdon-Ward sufrió una caída durante el último tramo de esta ruta, y la herida, aunque apenas superficial, se infectó. Este hecho, unido a las fuertes lluvias que azotaban la comarca, obligaron al grupo a detenerse en Minzong durante una semana. Tras la parada, el grupo prosiguió hacia el valle del Tidding. El británico, que no esperaba ver ningún efecto del terremoto en esta zona, fue sorprendido por lo cambiado que encontró el paisaje. Las escarpadas colinas que flanqueaban la entrada a las llanuras parecían haber sido invertidas. Sin embargo, el espectáculo más terrible de todos era el propio valle de Tidding. El río, al parecer, había estado bloqueado a cierta distancia por encima de Theronliang durante al menos cuarenta y ocho horas… no la noche del terremoto, sino algunos días después. El resultado fue devastador. Un muro de agua de 18 metros de altura se precipitó a toda velocidad sobre Theronliang, arrastrando consigo el albergue del lugar y todo lo demás. Había rugido sobre el puente colgante (no quedaba rastro del lugar donde se había levantado) y arrancado el revestimiento de selva de ambas orillas, como si lo hubieran hecho girar en un torno. El valle era ahora el doble de ancho que antes, pero no contenía más que piedras amontonadas en vastos montículos, con un torrente fangoso que se precipitaba a través de la espesura. Todo un cementerio. Kingdon-Ward relata que uno no podría suponer que esa región había sido habitada, tal era el rastro destructor del que fue testigo.
Finalmente, Kingdon y su grupo llegaron sanos y salvos a Sadiya. Lo que había comenzado como una excursión botánica rutinaria se convirtió en toda una odisea por culpa de un violento terremoto. Debido a lo remoto de la región, no existen muchos informes escritos de lo sucedido a pie de campo, así que el testimonio de Kingdon-Ward es único por la detallada descripción que hizo acerca del enorme cambio ecológico producido por un seísmo histórico.
Referencias
The Assam Earthquake of 1950 (1953) F. Kingdon-Ward, The Geographical Journal.
Etnias de Assam (mapa interactivo), Ecos de Oriente.
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